Sinopsis:
Cartagena es una de las ciudades de la costa mediterránea española con mayor concentración de yacimientos y edificios históricos.
Gran parte de la riqueza patrimonial de Cartagena en el más inmediato pasado procede de la relevancia que le otorgó Carlos III en el siglo XVIII a través de un amplio paquete de inversiones que configuraron una ciudad amurallada, dotada de todos los servicios necesarios y organizada en torno a un importante arsenal, todo ello protegido por una red de fortificaciones de primer orden a lo largo de toda la costa.
La fiebre de la plata surgida a finales del siglo XIX gracias a la Sierra Minera de Cartagena-La Unión contribuyó a dotar a la ciudad de un gran legado de edificios modernistas.
Pero ni la declaración de conjunto histórico concedida por real decreto en 1980, ni la Ley de patrimonio (16/85), ni las diversas corporaciones y gobiernos que han pasado por el Ayuntamiento y la Comunidad Autónoma han sido capaces de atajar el progresivo deterioro que ha hecho que la ciudad llegara a perder gran parte de su pasado esplendor.
Durante el siglo XX el patrimonio histórico de Cartagena sufrió serios menoscabos como consecuencia de distintas crisis, de la pérdida de poder administrativo y militar y de ciertos procesos urbanísticos que supusieron la pérdida de murallas así como la demolición de edificios clasificados, con actuaciones indiscriminadas y con mala arquitectura.
Las inversiones millonarias del Ministerio de Fomento que ha restaurado la Casa Consistorial; de la Fundación Caja Murcia en el Museo del Teatro Romano; así como de la Universidad Politécnica de Cartagena y de Cartagena Puerto de Culturas han conseguido rehabilitar algunos edificios significativos, que se alzan espectralmente en medio de un laberinto de solares en el mismo centro de la ciudad.
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